martes, 7 de diciembre de 2010

Caribe.

Nadie pensó que podía pasar algo semejante, igual daba lo mismo, el fastidio era unánime. Por obligaciones familiares o por simple cortesía en honor a una gran amistad, encajonados todos, atentos al teléfono.

La primera llamada la recibieron el Jueves Santo. Teodora volvía de misa. Justo hace un mes y medio atrás, aún tenía el rosario en la mano y veinte padres nuestros por rezar. Esa fue la última vez que le pidió a Dios. Era injusto después de tanta caridad y sacrificio, llegar a casa toda cansada y el infeliz del marido que se deja llevar por cualquiera.

El secuestrado no valía ni cinco, y en la colecta juntaron veintitrés pesos con setenta centavos, un verdadero tesoro si tenemos en cuenta el aprecio que le tenían.

La que más aportó fue Sarita que rompió su alcancía de arcilla y consiguió recaudar casi tres pesos.

En la tercera llamada todos soltaron una carcajada, y cayeron en la cuenta de que había una equivocación, un error que podría llevarse la vida de Ramón. La suma que exigían era bastante elevada y el personaje no lo valía. Nunca en la familia se saldaron cuentas de ese valor y menos adquirir esa cantidad en el lapso de dos días.

Una desgracia con suerte para algunos y para los otros una oportunidad intransferible.

La espera ponía en evidente el odio, no sólo hacia Ramón, sino también entre ellos.

Si eso hubiera sido una subasta para ver cuanto valía su vida el martillero hubiese tirado la toalla media hora antes.

El silencio, la fuerza que cobraban esas miradas, si esto no se resolvía rápido los muertos serían varios.

Rosaura, la madre, lloraba callada en un rincón, recordaría acaso la sonrisa del hijo cuando era pequeño, tratando de borrar de su memoria las canalladas que lo llevaron a su muerte, ella, ya lo daba por muerto.

Después de tres horas de comentarios hipócritas, palabras dolientes, y de espera fúnebre el teléfono sonaba una vez más.

Ramón había muerto. La sala quedó en silencio por unos segundos y después más de la mitad saltaba de alegría, se abrazaban, hasta cantaban. Rosaura, preparó una sangría bastante cargada y el baile terminó como a las 3 de la mañana.

El avión tenía la demora de una hora…

Reflejos...

En el espejo se reflejaba todo, 


menos la tristeza de sus ojos,


supuse entonces que estaba bien. 


Aún después de muerta sus ojos me mienten, 


ya sin remedio,


y el espejo también.

Cautiva







Llegó a casa, 
y nunca más volvió.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Convulsión...




Se puso el vestido azul, el azul los aleja por algún motivo. Salió maquillada hasta los dientes dispuesta a conquistar más que la noche, dispuesta a ser ella misma, ella vestida de azul. Azul como el mar, salado, como sus ojos, y un plato de pimiento relleno. Se sentó atrás escondida debajo de una lámpara incandescente verde, para despistar, para pispear, para relojear, no estaban, perfecto. La música estaba un poco fuerte, pero los sonidos eran agradables, acordes a la situación. Vestida de azul en su primera fiesta negra, sin nadie conocido cerca.



Encendió un cigarrillo, y casi al mismo tiempo un tipo se acercó. El italiano se sentó, casi sin mirarla, de una mano le colgaba un reloj fino, bastante caro y la otra fue a parar a su pierna derecha. El aire de pronto se puso pesado, la humedad era más fuerte que sus nervios. No dijo nada, hasta después del segundo beso y de la tercera convulsión, el italiano era bastante hábil. Se sintió feliz, una felicidad azulada, mientras que el corpiño caía sin remedio, abriendo el camino a esas manos extrañas.



Era una montaña gigantesca, una montaña móvil de carne y hueso, no sabía cuantos habían abajo, y cuantos encima, una masa latente, de dimensiones incalculables. Todo resultaba como lo había planeado, era una forma de pensar en realidad, nunca imaginó que su cuerpo estuviera en este estado. Toda usurpada, ultrajada, con el sexo a flor de piel, manchada por todas partes y jugando a manchar a otros y otras.



Olvidó su vestido y olvidó el color, olvidó al italiano, perdió su cuerpo esa noche, y el color de la fiesta, pero esa noche nunca más la olvidaría. En medio del cotejo de los cuerpos y sus correspondientes medidas pudo ver un conejo tatuado, ese que nunca más olvidaría, el mismo que hoy puede ver en la espalda de mamá. 

jueves, 2 de diciembre de 2010

Alta fidelidad

Mis manos 
se hicieron dueñas de tu bretel, 

tus dedos de mi espalda, 

mis labios de tu vientre, 

tu boca de mis deseos  

y mi sexo de tus noches...

Tu espalda, 

tu vista perdida, 

tus silencios, 

tus manías...





celos... 










Gotas rojas en el comedor... 








Tu cuerpo en cruz 






y el escepticismo... 

Supuesto.

Aceptar la muerte de pie, 

con el cuchillo en la garganta, 

con una herida en la carne,

la materia tangible, 

supe acercar las distancia, 

mezclar lo inevitable, 

el echo de la muerte misma, 

con el deseo sórdido 

de alguna eutanasia temprana... 
    

Abesexdario.

De ser poeta quisiera hacer el amor con palabras, 
de alguna forma me corresponde. 


Preparar el lugar de acuerdo y conforme a las leyes de la gramática. 


De ser posible usaría el abecedario completo, 
embriagandote de letras y pronunciaciónes fálicas. 


De ser posible desnudo entre las sílabas, y diptongos, 
gemir consonantes dentro de signos de exclamación 
y gritar vocales abiertas con haches intermedias. 


En cada verso lograr un orgasmo, 
literalmente hablando.


Joderte en inglés, seducirte en francés, 
provocarte en aleman y alegrarte en portugués.


Acariciarte con erres todo el cuerpo, 
 tildarte las esdrújula con besos, 
en tanto las rimas  seguirán el ir y venir de nuestros párrafos ardientes. 


Exitarte con onomatopeyas hasta que sueltes malas palabras y dulces también. 
   
Introducirte despacio, sutil, casi imperceptible alguna metáfora en el oído, 
en tanto me devuelvas connotaciones de júbilo.

En tus partes íntimas perpetuar miles de trabalenguas apresurados 
y luego descanzar en los mutis de las curvas del lenguaje .


De ser poeta... 


y de tenerte a mi lado.