lunes, 28 de diciembre de 2009

Pesos pesados.

La mañana era calurosa como la mayoría de las mañanas Tilcareñas. Jode Luis Tarcaya aún no había regresado a su hogar, la botella de Singani pendía de su mano, su mente abarrotada de pasados y miedos solo exigía un trago más.


Sabe que a cada trago, las cosas se volverían llevaderas, sólo formaba parte de una realidad que no existía, cada sorbo lo hundiría más.


Abandonó la botella y con eso el dolor, para enfrentar en carne viva el presente. Aunque ya no quedaba más que una medida...seguía con calor.


Encaminó hacia su casa, lo esperaban Rulina y su hijo único, Wilfredo. Al mediodía habían discutido de mal modo, ellos reclamaban más dinero, mas atención y más presencia de él en el hogar.


Trastabillando llegó a la puerta de su casa. Su perro, “Toby” le danzaba contento a su lado, mientras desde el interior se escuchaba un taquirari de los “Jarkas”.


El calor hacía cada vez más sofocante el momento, trató de abrir la puerta en vano,<<¿Era mejor dejarlos? >>,se preguntaba después de escuchar las quenas,<<¿Valían la pena?>>, Toby se había puesto bastante pesado y de un punta pié lo hizo rodar por la escalera.


Se arrepintió, de todo. Su mujer apareció en la puerta al verlo perdido, lo tomó de un brazo y suavemente le susurró al oído:


_ No te encuentras bien...has bebido demasiado. Ven, siéntate aquí. _ Y lo ayudó a que se instale en la hamaca en el porche de su casa.


Toby no perdió su tiempo se acercó, cerro su manos, apoyó su mentón y se dejó estar a la espera de nuevos estímulos.


La tarde se hizo pesada, el frío Tilcareño se presentó como los recuerdos, los buenos momentos, el principio de la relación y el nacimiento de su hijo. Todo, hasta la respiración de Toby mostraban su peso, la hamaca parecía caer.


Despertó tres horas después, con la mirada de Rulina , la sonrisa de Wilfredo y el ladrido de Toby. Era demasiado tarde para despertar y demasiado tarde para levantarse.


Su cabeza le pesaba, sabía que todo aquello nunca fue lo que había querido para sí. Se levantó, tomó su ducha, aligeró sus bolsillo para la comida de la familia y después de reírse a carcajadas en el fondo de su humilde casa, salió temprano hacia el centro.


No pensaba encontrarse con ningún amigo en particular. iba en búsqueda de la venganza. Esa idea perniciosa que lo perseguía noche y día. Vengarse de Almirón, ese sujeto que lo traicionó. Quebró los códigos y ahora, sería el fruto codiciado de su acto homicida.


Tenía el arma cargada, de sentimientos ocultos. Pensó en las palabras para decir antes del delito.


Entro en aquella habitación como todos los días y Almirón, salió a su encuentro... La conversación se convertía en una imagen de Picasso, lleno de cuadros y triángulos cubiertos de un color sangre.


La imaginación de José Luis se mezclaba con la realidad del momento, dudó muchas veces antes de disparar debajo de la mesa.


Lo invitó a salir, lo llevó lejos, era medio extraño ver dos hombres solos llegando a la cima del cerro a esas horas, en silencio fueron subiendo la cuesta, sus mentes estaban inmersas en pensamientos muy lejanos a la belleza que los contenía. Silenciosos, fueron preparándose para el gran duelo por momento, ambos pensaron la posibilidad de evitar la muerte.


Al llegar a la parte más elevada., Tarcaya lo miró duro y fijo, sabía que Almirón no se dejaría matar fácilmente.


Con las yemas de su derecha recorrió el contorno del revolver dentro del bolsillo. Debía decidir si actuaba como un instintivo ser humano o respetaba las leyes. Debía matarlo si o si.


No importaba ya en que momento, ni cómo.


Debería matarlo sino....el muerto sería él.


Su calvario galopaba como brioso caballo desbocado.


Almirón buscaba en el horizonte alguna explicación, trato de justificarse con mil palabras, pensó en arrojarse al vacío y dejarse llevar por la muerte, a la que instintivamente percibía.


José Luis le dio la espalda para verificar su arma, dejó su retaguardia descubierta a su reacción, le dio posibilidades de escape, de huída, el terreno limpio, sin embargo éste no reaccionó de ninguna forma, la muerte le había palmeado la espalda y Tarcaya sería su ejecutor.


En el momento clave, todo alrededor se silenció, recordó la patada al perro y la sonrisa de su hijo Wilfredo.


La venganza los tenía, por la cresta, a los dos...


Le mostró el arma para que supiera la forma de su muerte y a punto de disparar le hizo una última pregunta:


_Decime hermano. ¿Creés que puedes arrepentirte de lo que me ha generado este sentimiento de extinción para con tu persona?_ El hombre pasivo lo observó detenidamente. Sabía de los antecedentes de quien estaba frente a él. Tragó saliva y luego de buscar las palabras adecuadas, le habló con tono seguro:


_Claro que me arrepiento. Somos mucho más juntos que enfrentados._


Tarcaya sabía que la vida no era más que un instante pero sagrado al fin. Se sentó a su lado, luego de arremangarse sus roídos pantalones.


_¿Sabés...?_le dijo, _ no quiero más violencia en mi vida. No sé que hago aquí.


Almirón sacó un arma, ambos querían matarse, quitarse la vida, pero sólo uno no podía dar marcha atrás.


José Luis le entregó su arma, aspiró el aire fresco de la noche. Almirón apuntó directo a su cabeza...


La noche se hizo demasiado oscura, las gotas de lluvia se dejaron caer sobre los cactus y la arcilla de la ciudad...


El sabor del alcohol embriaga hasta al más fuerte y los silencios son muchos más importantes cuando se guardan dentro de uno.


La puerta estaba entre abierta y desde lejos se podía escuchar a Wilfredo jugar con Rulina


Un sonido seco se esparció en aquella calurosa mañana del Tilcara, en lo alto del cerro morado, un ser no había esperado que Dios o un hombre lo matara.


Toby volvió a menear la cola... aquel puntapié no le dolía más...



29 de Diciembre del 2009.-
Escrito junto a Benjamín Oscar Posse Grosso


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