martes, 1 de diciembre de 2009

Par(j)ej(r)a

El echo de que la haya invitado a cenar esa noche no tenía para mi ningún sentido más allá de evitar sentirme solo. Con la excusa perfecta bajo la manga, espere su respuesta ansioso, por que de cierta forma no somos más que amigos y aunque muchas veces la pensé como mujer la invitación no significaba nada mas que eso: una invitación.
Tengo entendido que está en pareja y bien acompañada, por lo que la reacción me modificó la existencia, algo cambio en mí rotundamente, su pareja le tenía celos, celos de mí.
Al principio me preguntaba si yo hacía algo para provocarlos, si en alguna ocasión nos vio cuando, entre juego, le pasaba la mano por la cintura o por la espalda, jugando a seducirla a lo que siempre recibía un rechazo sin remedios.
De tanto pensar llegue a la conclusión de que no era yo, sino ella, que debe sin querer estar pensando en mí cuando esta con su pareja, o habla de mí; para que me tenga celos por algún lado se abre la brecha de la desconfianza.
Decidí que no esperaría más, ya que como otras veces pienso en ella como mujer y no como compañera de trabajo o como amiga. No esperé demasiado y una mañana de verano, la invité a tomar un helado y confesarle mis sentimientos, afrontando de una vez por todas las emociones reprimidas que me causaba estar cerca de ella. Como era de esperar buscó cualquier excusa para evadir el encuentro y me confesó una vez más que le causaría problemas si me llegarán a ver con ella, a lo que con indiferencia casi abrupta, no admití. Ya en la puerta de la heladería se comportaba incomoda, y yo tenía palpitaciones que causaban un sismo de escala seis en mis pensamientos, ambos estábamos ahí y ninguno de los dos debía estarlo.
Por mi parte hace mucho tiempo que no conservo alguna caricia en el pecho, o percibo algún beso demoniaco que me llevara hasta el espacio exterior y me suelte para caer de pie con una sonrisa en los labios. Las ataduras que la vida me ha proporcionado se desenvuelven por caminos paralelos, dejando huellas que muy de vez en cuando vuelvo a transitar, solo para ver si aprendí de la monotonía del pasado.
La tengo en frente, sólo nos separa el servilletero rojo, y nuestro dos helados, el mío de chocolate amargo y limón, sabores que conocía muy bien; el de ella frutilla a la crema y moka, la mezcla perfecta para lograr diferentes sensaciones.
Muy estúpidamente, comienzo el diálogo hasta conseguir lo que no debía, el silencio. Se quedó callada y aunque en la pantalla de mi cabeza se entremezclaban palabras y recuerdos en videos de alta definición, no alcancé a decir nada. Nuestros ojos se tocaron, jugaron, danzaron, extasiados desparramaban movimientos nerviosos en nuestras manos y en los pies, pero no dije nada. Me dejé llevar por su caricia visual, hasta el infinito.
Violentamente, cuando el tercer orgasmo había concluido, se escapó, agacho la mirada y pronunció palabras tan despacio que no alcancé a escucharlas. Entendí que dentro de ella no había una sola persona, que ambas, no deseaban los mismo. Una lentamente se hacía esclava de mis ojos y de mis palabras, y la otra más en razón trataba por todos los medios de dominar la primera, ocultaban algo que no podía divisar con claridad, algo oscuro yacía entre las dos, algo que de un momento a otro cobraría vida, algo que ya le tengo miedo. Así fue que en un abrir y cerrar de ojos me confesó estar enamorada, que desde hace un tiempo atrás su corazón resultaba ser mas que un musculo y terminaba oprimida por mis acercamientos, los cuales prefirió que evitar desde ese momento.
Tomé valor, sabiendo que cualquier cosa podía pasar, abrí mi caja de pandora, yo le ocultaba también cosas, su pareja a la que yo conocía digamos que demasiado, estuvo conmigo en otras ocasiones y ambos decidimos compartirla, y entregarnos como polluelos a la mamá gallina. Hasta el día de hoy espero su respuesta, todo sigue igual, ella conmigo y su pareja también.

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